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sábado, 1 de julio de 2017

“Segundo Seminario Regional sobre Prostitución y Trata de Personas” - Marcela D´Angelo


 

 
(Continuación del Congreso Latinoamericano sobre Trata de Personas. III Modulo)

 
Fecha: 30 de junio.
 
Lugar: Colegio Don Bosco. Calle Chaneton 955. Neuquén capital.
Organiza: Dirección General de Trata y Prostitución de la Subsecretaria de las Mujeres.

 

Redes de prostitución


Las trampas del heteropatriarcado capitalista




Marcela D´Angelo

 



Vamos a empezar por exponer cómo se define el delito de trata de personas. Este delito se configura mediante cuatro acciones: captar, acoger/recibir, trasladar y ofrecer a personas con fines de explotación.



- Captar significa atraer a una persona. Se puede captar a través de la voluntad, el afecto o a través de otros métodos cuya finalidad es “dejarla atrapada”. Hay diversos medios de captación, desde el “amor romántico”, las adicciones, las redes de Internet, hasta el secuestro. Toda esta gradación nos habla de la infinidad de “recursos” que tienen las redes. La captación necesita de la obediencia, la subordinación a la “autoridad del otro”. Y, en todo caso, si esto falla, se utiliza la “violencia merecida”. Sospecho entonces que la representación de los medios de comunicación como encadenamientos, es tramposa. Las cadenas están grabadas en la subjetividad de todas nosotras, eso se oculta.



- Acogida es la acción de recibir a una persona; en general, se refiere a acciones de gentileza. Sería asimilable a: recibimiento, cobijo, aceptación, todos sus sinónimos. Pero aquí, en realidad, debemos pensar en los antónimos de acogida para comprenderla, pues lo que sucede en las redes de trata cuando se le da “acogida” a una víctima es todo lo contrario, es decir, abandono, rechazo, desamparo. Curiosidades tramposas del lenguaje retórico; las mujeres sabemos bastante de ello.



- Trasladar se refiere a hacer traslados, ya sea dentro del país (trata interna) o hacia otros países (trata internacional).



- Luego, hay una expresión que inquieta: ofrecer con fines de explotación. Pero esos fines pueden ser varios y, aun no consumados, el delito se constituye de todas formas. Hay trata con fines de explotación sexual, de trabajo esclavo, de extracción de órganos, etc. La más importante es la de explotación sexual, y se refiere a promover, facilitar o comercializar la prostitución ajena, o cualquier otra forma de servicios sexuales ajenos. De ella, son víctimas las mujeres y las/os niñas/os. Y es sobre este tema sobre el cual les quiero hablar.



La trata, que tiene como fin la explotación sexual, está ligada indisolublemente a la Institución de la prostitución, al heteropatriacado que, en su “maridaje” con el neoliberalismo, convierte todo en mercancía y habilita a los seres humanos para el uso de otros (mayoritariamente, varones). Es justificada por algunas/os como la “libertad de elegir la propia explotación”, en nombre del capitalismo más descarnado. Por otra parte el tráfico de personas para la explotación sexual se usa para promover el “despegue económico” de países en crisis (Rosa Cobo en “Ensayos sobre la prostitución”): el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional exigen a los países endeudados que edifiquen una industria del ocio y del espectáculo que haga posible el pago de la deuda (Jeffreys: 2011; Sassen: 2013)..y la industria del ocio está ligada a la Industria de la prostitución. De hecho, durante los años sesenta, en Tailandia, el ministro del Interior defendió públicamente la expansión de la industria del sexo para promover el turismo y facilitar el despegue económico del país. Es decir, la trata con fines de explotación sexual tiene una particularidad propia: el fin está naturalizado por la mayor parte de nuestra sociedad y hasta promovido por muchos estados. Nadie propondría regular el trabajo esclavo para terminar con las redes de trata con ese fin. Ridiculeces como estas hay varias; sin embargo, tramposamente, cuando nos enfrentamos con la temática de las personas tratadas para ser prostituidas, lo tenemos que discutir específicamente.



Por ello pregunto: ¿podemos hablar de redes de trata para la explotación sexual sin nombrar la Institución de la prostitución? ¿Que se haría con esas miles de mujeres y niñas/os captadas, recibidas y trasladadas si no existiese una forma de “ganar plata” mediante su incorporación al circuito de la prostitución? Al final del camino de la trata, invariablemente, hay un prostituyente (mal llamado “cliente”) que espera ejercer su poder y demostrar su condición de “macho” heteropatriarcal sobre esas mujeres, sobre esas/os niñas/os, siempre pobres provenientes de países empobrecidos. De no existir quien pone el dinero para ejercer su violencia (poca o muchísima, sobre cuerpos previamente “domesticados”), no existiría la captación. Sin las ganancias fabulosas que proporcionan esos cuerpos, sin su aporte al capitalismo el “negocio” se caería y, con ello, lograríamos que al menos el 80 % de la trata de personas existiera. Esto nos habla de que la trata es consecuencia de la prostitución. ¿Parece fácil, no? Si los varones no consumen prostitución, se acaba la trata de mujeres y niñas/os para ser prostituidas. Sin embargo, a la vez, es difícil hacerle comprender al genérico varón del patriarcado que, si hay mujeres, niñas/os, travestis y transexuales desparecidas/es, prostituidas/es y muertas/es, es a causa de su costumbre de “ir de putas”.



Entonces, ¿por qué se habla habitualmente de redes de trata? No alcanza con que le agreguemos: “para la explotación sexual”, porque dejamos abierta la puerta para que nos digan, desde el regulacionismo, que la explotación sexual solo existe cuando está presente el forzamiento (trata). Las redes de trata se usan como una de las formas de incorporar “mercancías” para el consumo en la prostitución.



Nos parece importante reflexionar sobre esto: la trata es solo un componente más del sistema prostituyente, donde hay tratantes, fiolos, proxenetas, prostituyentes (mal llamados “clientes”), redes de taxis, cadenas de hoteles, medios de comunicación, lavadores de dinero, complicidades desde los poderes del estado, naturalización de toda la sociedad y hasta sindicatos que cobijan con falacias a operadoras del proxenetismo internacional que hacen lobbies para reglamentar/regular la prostitución. Dentro del sistema prostituyente hay violencia, sufrimientos, muerte. Para tener conciencia de esto, solo es preciso hablar con las sobrevivientes, ejercitar la empatía, ponernos en su lugar.



No es solo “una forma de decir”, es una trampa tremenda que nos tiende el patriarcado, su aliado, el capitalismo racista y discriminador, y sus socias regulacionistas. Es la utilización de nuestras luchas para sostener los intereses de los prostituidores, la utilización de las teorizaciones que hacemos desde el feminismo y desde las organizaciones que defendemos los DDHH. Así, invisibilizan que las redes de trata son una consecuencia de la Institución de la prostitución. Ficcionan luchar por que desaparezca la trata, construyen la tramposa división entre prostitución y trata, pretenden hacer creer que una no tiene nada que ver con la otra. Y, una vez lograda esta percepción por parte de la sociedad, presionan para reglamentar la prostitución que denominan, retóricamente, “autónoma”. Ocultando tramposamente que no puede haber libertad de contrato en sistemas sociales edificados sobre dominaciones.



Pero, ¿qué pasa cuando la prostitución está reglamentada? Solo debemos retroceder algunos años en nuestra historia. La reglamentación de la prostitución, por parte del Estado, comienza en Rosario entre 1874 y 1932 y, en Buenos Aires, entre 1835 y 1934. La práctica heteropatriarcal de prostituir mujeres es la violencia más antigua y cruza todos los sistemas políticos. Hoy, con el neoliberalismo, se ha convertido en un fabuloso negocio global. El heteropatriarcado ha establecido dos estratos bien diferentes: arriba están los varones y abajo, las mujeres y los demás géneros. Traducido quiere decir que los varones han aprendido a través de siglos de cultura heteropatriarcal que las mujeres están para “su uso”, como “incubadoras” o como “juguetes”, que son “cosas” a su servicio. En la prostitución, además, son propiedad “en alquiler” de todos ellos y, especialmente, de sus tratantes, proxenetas o fiolos. El neoliberalismo ha convertido a los cuerpos prostituidos en fuentes de ganancias.



La prostitución autónoma es inexistente, es otra de las trampas del patriarcado. Queremos subrayar esto: todas las personas en situación de prostitución tienen un “facilitador” atrás, aun sin la existencia de estos personajes, porque el sistema heteropatriarcal-capitalista es nuestro más firme cosificador, el que promueve la sexualizacion de los cuerpos femeninos. Darle a una persona el atributo de “cosa sexual al servicio de otro” es una condición esencial para que exista la violencia de la prostitución y todas las demás violencias. El explotador sexual es el prostituyente, quien abusa de la sexualidad de la persona prostituida y suprime sus derechos humanos a la dignidad, la igualdad, la autonomía y el bienestar físico y mental (Kathleen Barry). Sabemos que el “servicio” que los varones pretenden de las mujeres no está solo reflejado en la institución de la prostitución, sino también en la institución del matrimonio, que identifico como otra de las trampas del patriarcado para adueñarse de nuestras voluntades, para que no quedemos “sin dueño”. Nombramos esto último solo para que lo tengamos en cuenta, ya que hablar de ello sería ampliar demasiado la reflexión que les queremos traer en este momento.







Lo real es que, a partir de los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, decidieron reglamentar, desde el Estado, el uso de los cuerpos de las mujeres. Basaban esta decisión en los principios del sanitarismo, por la gran afectación de las ETS y para cuidar que varones puedan acceder “fácil y seguro” a los cuerpos que desearan. De este modo, hacían revisaciones periódicas sobre los “personas a consumir”, mantenían a las mujeres y niñas encerradas en prostíbulos o casas de tolerancia y les daban un carnet que las congelaba en el lugar de “putas”. Bien separadas, como la doble moral lo exige, las “buenas” de las “putas” que, como todas/os sabemos, es la palabra que nos define ni bien nos comportemos por fuera del “rol esperado”. Debemos notar la coincidencia de argumentaciones tramposas con nuestras lobistas del siglo XXI antes la sífilis, la gonorrea y ahora el HIV-SIDA: siempre el “piadoso” sanitarismo.



Lo que se logró con esta reglamentación es que los proxenetas arriaran carradas de mujeres desde Europa, que constituyeran redes de trata importantísimas. Las mujeres no se han incorporado nunca a la prostitución alegremente, como los mitos prostituyentes lo han construido. De otro modo, no se entiende por qué deberían haberse armado estas grandes redes de trata una vez establecidos los proxenetas como empresarios ó por qué están hoy estas redes más difundidas aún. El negocio de explotar cuerpos era y es brillante, y los proxenetas constituidos en empresarios no lo iban a desperdiciar. Buenos Aires empezó a poblarse de europeas traídas aquí por las redes de trata. La Zwi Migdal es la más conocida, pero no la única. La trata de personas para incorporarlas a los prostíbulos no era novedd, sin embargo lo increíble era la ampliación y el perfeccionamiento que había adquirido bajo la reglamentación. En el libro La Polaca, Raquel Liberman relata el calvario de estos prostíbulos para esas mujeres/niñas “de vida alegre” según la cultura prostituyente. Otra tramposa coincidencia con la actualidad: las lobistas del siglo XXI nos “cuentan” que la vida de una puta es “alegre” y “divertida”.



En aquel tiempo, al igual que hoy, se hablaba de la gravedad de “la trata de blancas” (hoy trata de personas). El criterio es el mismo: subordinar la prostitución a la trata, invisibilizar que es un medio de incorporar personas al sistema prostituyente con la finalidad de seguir sosteniendo la “industria de la prostitución” o como la denomina Sheyla Jeffreys “La industria de la vagina”. Así, debatimos sobre las mujeres incorporadas por la trata, es decir incorporadas a la prostitución mediante forzamiento, y éste ligado a la “explotación sexual”, quedando un “hueco” donde se cuela la prostitución llamada tramposamente “autónoma”. Al poner el acento en las redes de trata la institución de la prostitución no se interpela.







En el antiguo reglamentarismo, la sociedad toda hablaba y se cuestionaba la trata, la prostitución estaba hipernaturalizada. Estas regulacionistas del siglo XXI intentan hacer lo mismo. Tropiezan con el abolicionismo, con los DDHH, con personas sensibles que al menos dudan si esto será cierto. Nosotras decimos que estas son trampas argumentativas para defender la explotación ajena. En aquella época, y en un país católico como Argentina, la prostitución era vista y justificada como “un mal necesario”; en la actualidad, es vista como el ejercicio de la libertad neoliberal, la libertad de la propia explotación. Pero siempre con el mismo empoderado: el varón patriarcal; siempre con las mismas víctimas de explotación: mujeres, niñas/os, travestis y personas trans, las personas pobres y vulnerabilizadas por el sistema. Todos cuerpos disvaliosos para el heteropatriarcado-capitalista. ¿Será otra trampa?







El antiguo Reglamento de Prostíbulos de Buenos Aires, dictado en 1875, decía: “No podrá haber en los prostíbulos mujeres menores de 18 años, salvo que se hubieren entregado a la prostitución con anterioridad”. Es decir, sí, podía haber menores. Otra coincidencia: la hipocresía es un continuo de estas reglamentaciones/regulaciones. Hoy nos dicen que es para proteger a las personas prostituidas, nos hablan de la prostitución autónoma, de los derechos a la salud, de los derechos a la jubilación. Nos esconden que en realidad protegen al consumidor prostituyente garantizándole stock permanente a su gusto y parecer. Protegen a los proxenetas, que pasarán a ser empresario. Protegen a la trata, que pasaría a ser “traslado laboral”. Protegen sus ganancias extraordinarias. Nos esconden que la prostitución autónoma es inexistente y que el derecho a la salud bajo la cual se escudan es una trampa del sanitarismo que no dio ni dará sus frutos nunca, porque el “usuario” no está “carneteado”, ni fichado, ni controlado y así contagia y a su vez es contagiado. Tampoco nos dicen que la jubilación se puede sacar sin necesidad de regulación alguna: hoy en día, muchas de las mujeres de AMADH lo están. En resumen, otra trampa: nos quieren hacer creer que defienden derechos, reglamentando violaciones.







La prostitución, cargada siempre sobre las espaldas y la decisión individual de las personas prostituidas, otra de las coincidencias de aquellas con estas S XXI. No nos dicen que en realidad es un problema social, basado en la opresión, que tiene lugar en un determinado sistema de relaciones de género y de clase. Los contextos en que se dan estas relaciones son de desigualdad social, sexual, política, étnica, económica y cultural entre varones y mujeres, niñas/s, travestis y trans. Hoy como ayer, la prostitución reglamentada/regulada es “de encierro”. Al punto de que las mujeres de la reglamentación de aquella época no podían acercarse a las ventanas de los prostíbulos, no podían circular solas por las calles, sino acompañadas por su proxeneta. Ahora, la proponen tramposamente como “prostitución autónoma”, pero cada mujer sabrá que, si se quiere independizar de la inscripción como “trabajadora sexual”, lo que le espera es la persecución policial, ahora legalizada, y el obligatorio encierro. Eso, tramposamente, tampoco lo dicen.







En la actualidad, nos dicen que reglamentando la prostitución podemos combatir la trata. Argumento que antes no se les había ocurrido. Se reglamentó la prostitución solo para facilitar el acceso de varones a los cuerpos de las mujeres (tiempos de inmigraciones varoniles) y porque les preocupaba prevenir las enfermedades venéreas, lo cual fue, como ya hemos dicho, un fracaso rotundo. Y es en estos tiempos de DDHH atentos que surge la justificación de que reglamentando se iría a “combatir la trata”, y se buscan argumentos “sensibles” para introducir el proxenetismo empresarial en nuestras sociedades. Siempre, el varón invisibilizado.







En la prostitución, el ejercicio de la sexualidad se transforma en ejercicio de poder de un macho amparado por todo un sistema que lo legitima, un sistema de violencia, de exhibicionismo entre pares, de “hombría”, de demostración de heterosexualidad explícita. De allí viene la autoproclamación de ser “prostituyente” de tener “lotes de mujeres”, de ser “putero”. Se pavonean aprovechando que su responsabilidad está invisibilizada. A su vez, escuchamos a mujeres dañadas por el heteropatriarcado (y aquí dejo afuera a las gerentas del regulacionismo) haciéndole coro a estos prostituyentes e idealizando la prostitución, poniéndole el glamour que no tiene. Cada una de las familias heteropatriarcales que forman nuestra sociedad prefiere ver a su hijo abusando de una mujer prostituida que sospechar de su homosexualidad. Los padres acompañan el “debut” de sus hijos, asustados por su retraso, si así sucediera. Por ello, hablamos de las trampas del heteropatriarcado, porque se supone que todas/os /es, al menos las “gentes honestas”, defendemos los DDHH y, sin embargo, nos vemos reflejados en estas violaciones.







El sujeto social de opresión y explotación del patriarcado es el genérico varón heteropatriarcal: si no reconocemos al opresor, no podemos terminar con la opresión. Si aceptamos todas sus propuestas sin cuestionarlas, no podemos avanzar. El feminismo tuvo siempre la virtud de la sospecha, nosotras la rescatamos absolutamente. Sospechamos de quienes nos decían, y hoy nos siguen insistiendo en que no servimos, que ser madres es nuestro destino, que “mejor, quédate”, que la violencia es “por los celos”, que no tenemos derechos, que “siempre fue igual”, que los hombres tienen “urgencias”, que el sufrimiento es redención, que aguantemos, que obedezcamos, que “no es acoso, es galantería”, que la prostitución es un trabajo como cualquier otro. Un conjunto de creencias y estereotipos que no hacen más que legitimar la prostituciòn. Así, el patriarcado nos prepara la subjetividad para ser captadas, prostituidas, ya que solo debemos tener cuerpo de mujer. Todo lo demás es formateo cultural.







Entonces, retomemos: ¿qué significa hablar solo de “redes de trata”? Es hablar solo de prostitución forzada porque, como dijimos al principio, la trata es una forma de introducir mujeres y niñas/os para que sean consumidos por varones prostituidores. Hay más formas de incorporarnos al sistema prostituyente: la miseria en la que nos vemos sumidas las mujeres (las más pobres de los pobres); la carga de las hijas/os, que cae siempre sobre nosotras; la falta de formación, que es más grave siendo mujer, travesti o trans; la cultura patriarcal, que nos hace entender desde pequeñas que siempre debemos estar al servicio de otros; la “cosificación” permanente de nuestros cuerpos, entre otras. El sistema capitalista nos convence de que somos tan libres que podemos autoexplotarnos, en cualquier esfera en que nos desempeñemos. En la prostitución, lo podemos escuchar ni bien “sintonicemos” con alguna/o que proponga su reglamentación/regulación. La prostitución es un sistema fundado en la desigualdad de clase y de género. La mayor parte de las personas prostituidas ingresan en este circuito de violencia y explotación a una edad promedio de 12 o 13 años (Marcela Rodriguez: Tramas de la prostitución y la trata con fines de explotación sexual, disponible en http://www.ciepp.org.ar/). Pero, de todas estas formas de incorporar personas para ser prostituidas, no se habla. No se habla de la responsabilidad del varón prostituyente, ni de la Institución de la prostitución. No se hablaba en épocas de reglamentarismo y no se habla en la actualidad, cuando no se cumple el abolicionismo, ratificado por nuestro país y la prostitución sigue naturalizada, lo que es aprovechado con argumentaciones tramposas en defensa del proxenetismo.



Por eso, para terminar con las redes de prostitución para la explotación sexual y su consecuencia, las redes de trata con esta finalidad, tenemos que abolir el sistema prostituyente. Cumplir con los convenios internacionales que hemos ratificado, con las leyes sancionadas pero faltas de presupuesto (Ley 26.485, de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, y Ley 26.842, contra la trata de personas). Pero también necesitamos un cambio cultural, que cada una/o/e de ustedes sea consciente del daño que se provoca a millones de seres humanos. Que si no lo queremos para nuestros seres más allegados a quienes amamos, no lo tendríamos que querer para nadie. Convengamos que debemos cambiar nuestra cultura y asumir que somos diferentes, pero no desiguales. Para este cambio cultural necesitamos el aporte del Estado, que es responsable, pero también la colaboración de toda la sociedad, de todas/os/es nosotros/as/es. Asumámoslo: somos responsables.



Desde la Campaña Abolicionista decimos que el abolicionismo es la única opción desde los DDHH, que se le puede dar a esta explotación económica y sexual constitutiva del heteropatriarcado, que logró en el capitalismo más salvaje argumentos de sobrevivencia.



Ni una persona más víctima de las redes de prostitución y ni de su consecuencia, las redes de trata para la explotación sexual!!







(*) Heteropatriarcado: se refiere a una sexualidad binaria controlada por varones dentro de un sistema Jerárquico de varones.

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