Me
comprometí a estar aquí en el día del periodista, cuando la red PAR (Periodistas
de Argentina por una comunicación no sexista) ha hecho precisamente una jornada
en torno del Obelisco con la consigna: “El periodismo le dice basta a la violencia de género”.
La
red PAR ha elaborado decálogos sobre el tratamiento periodístico de la
violencia contra las mujeres y sobre los casos de trata de personas con fines
de explotación sexual. Este último decálogo es congruente con la posición
abolicionista (leer frases subrayadas).
La
violencia mediática en la que centró la red PAR este día del periodista está
explícitamente contemplada en dos leyes promulgadas en el año 2009: la ley para
prevenir, sancionar y erradicar las violencias contra las mujeres (ley 26485,
de marzo de 2009) , y la ley de servicios de comunicación audiovisual (Ley
26522, de octubre del 2009).
La
26.485, de protección integral, para prevenir, sancionar y erradicar todas las
formas de violencia contra la mujer, en el Articulo 2, Objeto, apartado e)
dice: “La reversión de patrones socioculturales que promueven y sostienen la
desigualdad de género y las relaciones de poder sobre las mujeres”. ]
La misma ley, en su Artículo 5: Tipos de
violencia, incluye entre ellos la
violencia simbólica: “La que a través de patrones estereotipados,
mensajes, valores, íconos o signos transmita y reproduzca dominación,
desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la
subordinación de la mujer en la sociedad”.
La misma ley, en su Artículo 6: Modalidades,
apartado f) se refiere específicamente a la violencia mediática: “aquella publicación o difusión de mensajes e
imágenes estereotipados a través de cualquier medio masivo de comunicación, que
de manera directa o indirecta promueva la explotación de las mujeres o sus
imágenes, injurie, difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la
dignidad de las mujeres, como así también la utilización de mujeres,
adolescentes y niñas en mensajes e imágenes pornográficas, legitimando la
desigualdad de trato, o construya patrones socio culturales reproductores de la
desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres”.
[En el Artículo 11, Políticas públicas, el
apartado 8 se refiere a las políticas de la Secretaría de Medios de
Comunicación de la Nación a la que atribuye las siguientes tareas:
a)
impulsar
desde el sistema nacional de medios de difusión de mensajes y campañas
permanentes de sensibilización y concientización dirigida a la población en
general y en particular a las mujeres sobre el derecho a vivir una vida libre
de violencias.
b)
promover
en los medios masivos de comunicación el respeto por los derechos humanos de
las mujeres y el tratamiento de la violencia desde la perspectiva de género.
c)
brindar
capacitación a profesionales de los medios masivos de comunicación en violencia
contra las mujeres.
d)
alentar
la eliminación del sexismo en la educación.
e)
promover
como un tema de responsabilidad social empresaria la difusión de campañas
publicitarias para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres.]
[ La Nota al Articulo 1 del Capítulo I,
Apartado 9 e) de la nueva Ley dice: “promover una imagen equilibrada y variada
de las mujeres y de los hombres en los medios de comunicación”.
En el Artículo 3 del Capítulo I, Objetivos,
apartado m): “promover la protección y salvaguarda de la igualdad entre hombres
y mujeres y el tratamiento plural, igualitario y no estereotipado, evitando
toda discriminación por género u orientación sexual”.
El Capítulo VIII, Publicidad, en su Articulo
81, apartado i) dice: “Los avisos publicitarios no importarán discriminaciones
de raza, etnia, género, orientación sexual, ideológicos, socioeconómicos, o de
nacionalidad, entre otros, y no menoscabarán la dignidad humana…”
Decíamos que
la violencia mediática es una de las
formas de la violencia simbólica,
definida por el sociólogo Pierre Bourdieu como aquella que “se instaura por intermedio
de la adhesión que el dominado no puede no otorgar al dominador (y por
consiguiente a la dominación) cuando para pensarlo o pensarse, o mejor dicho
para pensar su relación con él, no dispone sino de instrumentos de conocimiento
que ambos tienen en común, y que al no ser otra cosa que la forma incorporada
de la relación de dominio, hace aparecer esa relación como natural”.
La dificultad
con la violencia simbólica es que en ella aparece en primer plano la
connivencia con la violencia por parte de las mismas personas a quienes se
dirige:
Tal
vez sea el caso de quienes ejerciendo la prostitución la defienden. Para
eso tienen que haber incorporado, naturalizándolo, el rol que la sociedad
atribuye a la prostituta: una figura indispensable y al mismo tiempo
despreciable.
AMMAR,
que defiende la noción de “trabajo sexual”, y cuyas miembros se autodenominan
“trabajadoras sexuales” conmemoró el 2 de junio pasado la protesta que el 2 de
junio de 1975 protagonizaron grupos de
mujeres prostituidas en varias ciudades de Francia. Asumen ese día como “el día
de la trabajadora sexual”. Las mujeres que manifestaron aquel día se
presentaron como mujeres independientes que reivindicaban su derecho a ejercer
la prostitución sin persecución policial. La líder de ese movimiento, que se
hace llamar Ulla, admitió veinte años después que el 99% de esas mujeres, empezando
por ella misma, no solo no eran independientes, sino que eran los proxenetas
los que habían impulsado esa manifestación, revistiéndola de defensa de los
derechos de las prostitutas, porque el blanqueo de su actividad les ahorraría
las coimas a la policía. Eso no lo dice AMMAR, ni ninguna de las ONGs que las
apoya e impulsa. Tampoco dice que Ulla nunca se libró de su proxeneta, con
quien desde el comienzo mantuvo una relación sinuosa de sujeción y humillación
de su parte y de dominio por parte de él.
En
una invitación que hacía circular la Unidad Popular, con los dirigentes Claudio
Lozano y Victor de Gennaro, que acaban de desprenderse del FAP, AMMAR convocaba
a la conmemoración de esa fecha, y entre otras actividades aludía a “el trabajo
sexual en la currícula escolar”. De modo que si esta organización impusiera sus
criterios, la prostitución sería presentada probablemente como salida laboral a
los adolescentes de ambos sexos en la escuela secundaria, la misma escuela que
se niega a aplicar la ley de educación sexual integral.
En el terreno
de los medios audiovisuales, una ley que limita las concentraciones
monopólicas, que abre a nuevos sectores la posibilidad de realizar programas de
radio y tv, entre ellos a organizaciones sin fines de lucro, abre expectativas
para las mujeres que alentamos una concepción de la femineidad discrepante de
la que domina los medios, tanto en los contenidos de los programas como en las
publicidades. Esa concepción consabida donde la expresión más acabada de la
mujer oscila entre el ama de casa que se desvive por la limpieza y las comidas,
y la vedette, o como quiera llamarse a una mujer que se exhibe ofreciendo un
modelo de presunta perfección física planteado a las demás mujeres como
objetivo poco menos que inalcanzable. Una mujer que se exhibe, y a la que se le
atribuyen dotes personales e intelectuales
inversamente proporcionales al éxito que garantiza esa exhibición al
público. Un cuerpo que se fragmenta despersonalizándose, deshumanizándose.
¿Qué otra
cosa es todo esto sino promoción de la explotación sexual de mujeres?
Hay
un punto ciego en la violencia mediática, que es la violencia hacia las
mujeres, y dentro de esa violencia el punto más ciego de todos se refiere a la
prostitucion.
La
degradación de las mujeres tan frecuente en los servicios de radio y tv no
resulta un delito tan fácil de circunscribir y reconocer. Aun cuando se tome
alguna distancia y se resista su naturalización, se la suele minimizar en su
realidad y efectos y considerarla secundaria, trivial.
Peleas
entre vedettes sobre el calificativo de puta que se prodigan una a otra, de un
programa a otro y a menudo dentro del mismo programa. Las peleas parecen ser
una garantía de rating. Cuando el programa Show match de Tinelli parecía que no
daba más de sí se centró en las peleas entre jurados y bailarnes, entre
bailarines entre sí y jurados entre sí.
La detección
de la violencia mediática se da en varias instancias. La primera: la
conformación de los equipos que producen y emiten los programas, y la
distribución de roles en ellos. Por ejemplo me parece una novedad positiva la
presencia de una mujer a cargo de la información deportiva en la versión de
medianoche de Canal 7.
Una
segunda instancia es la de los contenidos de los programas. Los avances
significativos en el tratamiento de la concepción de la mujer y de las
identidades de género que registran los medios de comunicación (especialmente la red nacional de radios y TV
públicas, canal Encuentro, Paka-Paka, etc) se hacen notar en el aspecto
informativo y en algunos programas de interés general, pero no así en los
programas de entretenimiento, que suelen minimizarse como diversión inofensiva
y como oportunidad para satisfacer fácilmente a un público presuntamente
masivo. Sin embargo, la degradación de las mujeres que se reitera en esos
programas es un arma letal para las relaciones interpersonales, y para los
principios básicos de igualdad y justicia de una sociedad.
La gente
prende el televisor para entretenerse, de ahí la importancia de los programas
de entretenimiento. Freud decía que nada hay tan serio como un chiste. Bueno,
nada hay tan trascendente como los programas de entretenimiento.
Seguí en Duro
de domar una discusión sobre la acusación contra un episodio del programa
Casados con hijos de Francella, supuesta incitacion a la pedofilia por mostrar
a Francella muriéndose de ganas por una compañera de su hija. La acusación, muy
mal planteada, se centraba en un episodio por involucrar a menores de edad, no
enfocaba el sentido de la totalidad de la tira. Cuestionaba el deseo del adulto
por la adolescente, pero no el “humor” que consiste en que la hija de Francella
en la tira es “puta” o sospechosa de serlo, y el hijo hace temblar al padre por
“marica” (no retiene a ninguna novia). El marido descalifica constantemente a
la mujer, ociosa e inútil, y que tiene su edad. (Es como aquella vez que una
escena de Showmatch fue censurada porque una bailarina se desnudó del todo,
como si el problema fuera el desnudo de la bailarina (deliberado o accidental) y
no el sentido global del programa).
Quienes
debatían en el programa, entre ellos dos actores cómicos y el guionista de la
tira cuestionada, se apresuraban a condenar la pedofilia pero hacían una
excepción con el humor, decían de modo más o menos explícito: el humor no se
toca, está por encima de la moral, por encima de las evaluaciones. Al mismo
tiempo decían que no hacían humor ni con el Holocausto ni con los
desaparecidos…Quiere decir que hay temas que al menos para ciertos sectores no
pueden entrar en el humor, y otros donde se impone una distinción tajante entre
el espectáculo de humor y los hechos reales: “Era un chiste…” La pregunta del conductor:
“¿Pero entonces que tendríamos que hacer con Olmedo?” revela hasta qué punto el
conductor se pregunta, como tantos televidentes: ¿pero entonces ya no nos podemos
reír? No perciben el importantísimo indicio cultural que es el humor: ¿de
quiénes nos reímos cuando nos reímos? Tal vez el momento de lucidez se dio con
Julia Mengolini, que dijo que el cambio real se daría cuando la gente no se ría
más con las escenas de Olmedo con Graciela Alfano o Silvia Perez, poniendo como
ejemplo una conversación con un hombre muy joven que le dijo que esas escenas
no lo hacen reír. En uno de esos episodios que vi por azar no hace mucho,
Olmedo es un proxeneta, entrega dos chicas a personajes de un despacho, y ante
la reacción del gordo Portales se escuda diciendo que así les da trabajo.
En estas discusiones
aparece el lógico rechazo al concepto tradicional de censura, que no tiene nada
que ver con el espíritu crítico sino con una concesión a una moral convencional
y bastante hipócrita. Yo también
considero que el escandalo por el densudo de una balarina, por ejemplo, es una
forma convencional y estéril de censura.
Una
tercera instancia es la publicidad, donde suelen imperar los estereotipos de
mujer que oscila entre la que es funcional en el ámbito doméstico y la que se
exhibe como objeto sexual.
Me
pregunto hasta qué punto es un ejemplo distinto la propaganda de los productos
Lucchetti: hay un humor que gira en torno de la torpeza del marido de la
protagonista para cualquier cuestión que refiera al orden doméstico, el
carácter cargoso del hijo que asedia a la madre cuando ella trata de
concentrarse en ejercicios de yoga, los modos de fuga de ella. El humor sutil
es una critica a la familia donde todas las responsabilidades domesticas y de
cuidado de los hijos recaen sobre la mujer. Resultan agobiantes, la mujer no
parece encontrar más que salidas ilusorias.
Se diría que en los medios predominan los rasgos más
retrógrados de las nociones de sexualidad y de relaciones interpersonales, que
en la sociedad entran en una relación dinámica con otras actitudes y conductas.
La tv atrasa respecto de la sociedad, en cierto modo la refleja, en cierto modo
burla toda posible transformación, todo posible cuestionamiento, ostenta una
capacidad ilimitada de degradación de aspectos esenciales de la condición
humana, como este de las relaciones interpersonales cruzadas con la sexualidad.
¿En qué medida satisface un imaginario previo al que consolida, o lo construye?
¿Qué relación hay entre un imaginario estereotipado, reiterado hasta el
hartazgo en imágenes previsibles, y las conductas reales? Preguntas a las que
los medios nos enfrentan continuamente y cuya respuesta no ha dejado de
resultar elusiva.
Y está la tiranía del rating, que no cambia
automáticamente porque se limite la concentración. No admitamos la argumentación
del rating para defender un programa. ¿Qué prueba el rating? ¿quién elabora esas cifras del
rating? ¿No es un medio de publicidad a su vez, como las encuestas políticas se
convierten en condicionantes de las conductas políticas, mientras aparecen como
mero registro de opiniones y posicionamientos? ¿No es el rating parte de la
facultad de los medios de crear una realidad haciendo como que la registra?
El sociólogo
Pierre Bourdieu advierte no confundir el rating con la democracia.
“Quienes
defienden el reinado del rating pretenden que nada hay más democrático. Pero el
rating es la sanción del mercado, de una legalidad externa puramente comercial.
La televisión regida por el rating hace pesar sobre el consumidor supuestamente
libre las coacciones del mercado, que nada tienen que ver con la expresión
democrática de una opinión colectiva racional, de una razón pública”.
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